Ah, la Navidad. Esa época donde todo es alegría, lucecitas, intercambios ridículos de regalos de 150 pesos y recordings de Luis Miguel en loop eterno. Pero, para muchos, también es la temporada donde algo raro se siente en el alma… una especie de bajón emocional que llega sin permiso, se instala como compañero de cubículo y todavía exige que lo invites al convivio: la depresión navideña.
Sí, esa misma que aparece cuando ves que todos están felices decorando la oficina mientras tú apenas sobrevives al cierre anual. Esa que se asoma cuando la quincena se fue en regalos, pagos, recargos y una mugrosa esfera navideña que compraste porque “se veía bonita”. Y la peor parte: esa que nadie menciona porque, según el manual godín no escrito, todo Diciembre debemos ser felices por decreto.
¿Por qué ocurre?
Porque somos humanos, básicamente. Pero como godines, somos humanos con estrés crónico, sueño retrasado y 8 reuniones que pudieron ser un correo, así que el combo es aún más explosivo.
Comparaciones inevitables: la gente presume familia perfecta, vacaciones a la playa, y tú apenas tienes saldo para un Nescafé.
Expectativas sociales exageradas: “¡Sonríe! ¡Es Navidad!”… mientras revisas que tu aguinaldo ya se fue en pagar la tarjeta.
Nostalgia: recordar lo que fue, lo que no fue… y lo que ya no va a ser porque Recursos Humanos no autoriza vacaciones hasta febrero.
Cierre del año: ese recuento involuntario donde te das cuenta de que solo cumpliste el 27% de tus propósitos y el resto están archivados como “pendientes”.
¿Se da también en el mundo godín?
Por supuesto. El mundo godín no solo es propenso: es terreno fértil.
Aquí la depresión navideña tiene sus propios rituales:
Mirar el calendario y preguntarte: “¿cómo chingados ya es diciembre?”
Sentir culpa por no tener espíritu navideño mientras decoras el cubículo con materiales reciclados del año pasado.
Tener que aguantar al compañero que sí está feliz (demasiado feliz, ya sospechoso), y que desde el 1 de diciembre manda stickers de Santa Claus a todos los chats corporativos.
Ese mini trauma al recibir tu aguinaldo y sentir alegría por 30 minutos... antes de que la realidad financiera te regrese un zape.
¿Cómo se manifiesta?
Como godín, la depresión navideña no se presenta llorando en el baño (bueno, a veces sí), pero también se ve así:
Necesidad urgente de hibernar hasta enero.
Comer más panqué del necesario “porque pues ya, diciembre”.
Mirar la piñata del convivio como si fuera responsable de tus decisiones financieras.
Querer mandar a la goma la posada, pero no poder porque hay rifa de licuadora.
Suspender momentáneamente la dieta y la dignidad.
Llegar a la oficina con la mirada perdida, cuestionando tu existencia mientras alguien grita: “¡Faltan 13 días para Navidad!”
En conclusión.
La depresión navideña existe, también entre tazas de café, reportes atrasados y godines que ya solo funcionan por inercia. Pero es normal, es humana, es parte del cierre del año.
No hay que fingir felicidad porque sí. Si te pega, date chance. Respira. Escribe. Camina. Llora si quieres. Ríete si puedes. Y recuerda esto:
En el peor de los casos… enero va a estar peor.
Pero tú eres godín: si sobreviviste todo el año, ya estás entrenado para lo que venga.
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