miércoles, 13 de agosto de 2025

Cuando la quincena se retrasa… y el hambre ataca.

Hoy y como primer entrada queridos lectores Godínez, les voy a contar la historia de cómo casi pierdo a mi mejor amigo de oficina… por un pan.

Resulta que llevo años trabajando con Toñito, así le llamaremos, un compañero de esos que saben de todo: formatos, sellos, a quién hay que llamar para destrabar un trámite y hasta qué día ponen el garrafón nuevo. Pero eso sí… tiene su carácter. Cuando se enoja, hasta la cafetera se apaga sola del susto.

Yo, en cambio, soy más relajado, o al menos eso creo. Me gusta pensar que si el mundo se acaba hoy, al menos me ahorro la junta de mañana.

En fin, déjenme contarles que esta mañana que llegué, Toñito tenía cara de lunes… y eso que es miércoles, y lo primero que me dijo fue:

—¿Ya viste? ¡No han depositado!

Yo, con mi cara de sueño, solo atiné a contestar:

—Pues mira el lado bueno mano… no te descontaron nada.

Pero Toñito no estaba para filosofar. Tenía un antojo feroz de pan o galletas y, para colmo, cero efectivo. Así que me suelta:

—Invítame un panecito… nomás uno, no seas cabrón.

Ahí fue cuando tuve que soltarle la verdad más dura que un cuernito viejo:

—Manito, cero varo. Ni para el café tengo. Hay que esperar a que paguen.

No sé si fue la falta de azúcar o la indignación, pero Toñito me miró como si le hubiera dicho que el pan engorda (spoiler: sí, pero no se dice). Se cruzó de brazos, hizo un resoplido digno de burro de carga y murmuró algo como:

—No chingues, ¿cómo que cero varo?…

Y es que el cree que soy millonario... y si, soy millonario pero de amor nomás. Me reí, le ofrecí una galleta aplastada que encontré en mi cajón (de esas que llevan meses ahí) y le prometí que, cuando cayera la quincena, yo mismo le iba a invitar un pan de los caros, con relleno y todo o unas galletas de las buenas, de las chingonas.

Conclusión Godín.

En la vida de oficina, las quincenas son como la lluvia en el desierto: todos las esperan, todos las celebran… y mientras no llegan, sobrevives con café, galletas de cajón y la promesa de que “la próxima te invito yo”.

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