Cuando las alabanzas llegan antes que el café.
En toda oficina godín hay una fauna diversa: los que llegan tarde, los que siempre tienen sueño, las que se van a hacer ejercicio nomás llegando, las que se van a desayunar también, apenas llegando… y claro, el compañero cristiano, ese ser que llega con una sonrisa beatífica, Biblia en mano (o en el celular), y un playlist de alabanzas que, según él, purifica el ambiente laboral.
Desde las 8:00 a.m., el cristiano del área —al que cariñosamente llamaremos Moreno— empieza su ritual: enciende su computadora, le sube al máximo volumen, y ¡pum! el silencio se rompe con una versión tropical de “Cristo Vive” o “Dios está aquí”. Aplaude, canta, y hasta cierra los ojos como si estuviera en un retiro espiritual… pero no, está en plena oficina, frente al Excel que ni siquiera ha abierto.
Mientras tanto, uno intenta poner su musiquita tranquila para iniciar el día, pero nada, la voz celestial del “hermano Moreno” se impone. Toñito, el de la salsa guapachosa, ya ni prende la bocina; sabe que el Gran Combo no tiene chance contra Jesús Adrián Romero a todo pulmón.
Y claro, también yo, con mi café y mi playlist de Lo-Fi intentando entrar en modo zen… pero no, los coros de “¡Alabaré, alabaré!” me sacan del nirvana.
Lo curioso no es la música, sino la hipocresía que se respira entre coro y coro. Porque ese mismo compañero, el que alza las manos al cielo, es el mismo que lanza miradas tan lascivas a las compañeras que una podría sentirse como si tuviera rayos X encima. Sí, ese mismo que dice “bendiciones” pero con los ojos en el trasero de las compañeras.
Y uno no sabe si está rezando o pecando mentalmente.
Lo peor es que cuando alguien se atreve a pedirle que baje el volumen, responde con un tono digno del mismísimo apóstol Pablo:
—Hermano, la palabra del Señor no molesta, incomoda a los que tienen pecado.
No, hermano, incomoda porque no deja escuchar el correo de Outlook, ¡y eso sí es pecado en horario laboral!
En fin, ahí sigue el buen Moreno, cantando, aplaudiendo y alabando como pendejo… pero con la vista fija en el pecado terrenal. Mientras tanto, los demás tratamos de sobrevivir al concierto celestial diario, con una sonrisa falsa, un café en la mano y la resignación de que, al menos, el tipo no trae tambor ni pandero.
Porque si un día llega con eso… ahí sí, ¡que Dios nos agarre confesados!
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