En toda oficina hay personajes únicos, y hoy les voy a hablar de la compañera que, aunque lleva más de 10 años en el área, todavía se considera “nueva”. Sí, esa que cuando le encargan alguna tarea, pregunta y dice con cara de sufrimiento:
— “Acuérdese que soy nueva, eh… pero a ver si me sale.”
Y claro, casi nunca le sale, la caga y si le sale, se tarda un chingo.
Pero bueno, su momento estelar llegó con la legendaria gelatina perdida del frigobar comunitario.
Resulta que un día le compró una gelatina a la infaltable señora con cara de culo que vende precisamente gelatinas caseras (de esas que pretenden ser preparadas por un chef pero en realidad te dan risa solo de verlas), la escogió y bien tapadita la guardó en el frigobar de la oficina. Al siguiente día que llegó con la intención de degustarla como parte del desayuno... ¡pum! se dio cuenta que misteriosamente, había desaparecido, ya no la encontró.
Ella, indignada, con voz de líder sindical, se dijo a si misma:
— “Bueno, si no tienen para comprarse una gelatina, lo entiendo… pero para la otra la voy a babear, ¡a ver si también se desaparece!”
Silencio sepulcral. Solo se escuchó a alguien toser mientras el otro compañero bebía su café, nadie dijo nada.
Lo mejor de todo vino después: al día siguiente, llegó a la oficina con cara de pocos amigos y le confesó a su vecina de escritorio que algo le había caído mal al estómago. Coincidencia o karma, nadie lo sabe… pero entre el mohín de coraje y la amenaza de la gelatina babeada, parece que el universo le pasó factura.
Desde entonces, la historia de la “gelatina fantasma” se convirtió en leyenda urbana en la oficina. Y sí, cada que alguien lleva algo al refri, todavía hay quien dice:
— “Ojalá no desaparezca… porque si no, ya saben qué va a pasar.”
Ocasionalmente, entre los compañeros se siguen escuchando las bromas al respecto:
— "Ya vez, para que te chingaste la gelatina de la compañera".
La gelatina fantasma nunca apareció.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario