Hay algo que los manuales de recursos humanos nunca mencionan, pero que todo godín de experiencia sabe: nada, absolutamente nada, rompe más la paz laboral que el compañero que decide traer a sus hijos a la oficina.
Y no hablamos de angelitos tranquilos, de esos que se sientan en un rincón con su librito para colorear. No. Aquí estamos hablando de chamacos nivel “patada en los gúmaros”: gritones, desobedientes, y casi casi correteando por los pasillos como si aquello fuera el parque de diversiones de Chapultepec.
La escena se repite: la mamá o el papá orgulloso llegan con sus retoños, sonríen y les dicen “Saluda”. Media hora después ya se escuchan los gritos:
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“¡Papááá, me haces un avioncito de papel!”
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“¡Papááá, préstame tu compuuuuu!”
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“¡Papááá!, quiero ir al baño”
Mientras tanto, los compañeros tratan de concentrarse, porque resulta que hay cosas que hacer y quizá, porque se da, claro que si, el tratar de ver una película tranquilamente o escuchar música guapachosa, y la oficina parece más guardería que área de trabajo.
Y claro, el caos alcanza niveles olímpicos:
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El niño aventando los muñequitos del papá.
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Jugando con el sello de la oficina.
Eso sí, cuando uno intenta comentar algo al compañero, la respuesta siempre es la misma: “Ay, es que son niños… entiéndelos”. Y uno por dentro pensando: sí, y yo también soy humano, entiéndeme si le meto un madrazo.
Lo peor es que algunos defienden estas visitas diciendo que “se alegran las oficinas con la risa de los niños”. Ajá, cómo no. El único que se alegra y eso, a veces nada más, es Don Chuchulucos, porque los chamacos se acaban el inventario de golosinas y chingaderas.
En fin, moraleja godín:
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Si vas a traer a tus hijos a la oficina, mínimo tráeles un iPad, unos audífonos y un costal de dulces, aunque eso no garantice nada en absoluto.
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Y si no, mejor déjalos en su hábitat natural. Porque al final del día, la oficina no es guardería, y los compañeros no están para educar ajenos.
Aunque claro, nada como ese silencio sepulcral del lunes siguiente, cuando los niños no están y todos agradecen al cielo ese bendito respiro.
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