Ahora que se acercan las fiestas, debemos ser honestos; en toda oficina siempre hay una compañera que, en vez de enfocarse y hacer su poco trabajo, se convierte en la decoradora oficial. Es la que cada temporada saca su arsenal de papeles de colores, tijeras chuecas y listones brillosos para crear adornos “hechos a mano” que, según ella, son “lo máximo”.
Mientras tanto, el resto de los compañeros asienten con esa sonrisa falsa de supervivencia laboral, pensando en silencio: “Internet, si, como no..."
El mismo que dice que, si fuera por él, la oficina se vería como un sótano de la PGR: paredes blancas, focos fríos y cero adornos.
La convivencia se divide entonces en dos bandos:
-
Los fanáticos de la decoración: que ya están planeando colgar esferas recicladas hechas con CDs viejos.
-
Los enemigos del confeti: que rezan por que se acabe diciembre, febrero, septiembre y cualquier mes con motivo para adornar.
Y ahí estamos los demás, los que solo queremos sobrevivir al ambiente laboral, mientras caminamos entre adornos piteros y frases motivacionales impresas con tinta que ya se ve gris.
Al final, el dilema godín se resume en esto:
-
Mejor unos adornos feos que trabajar viendo el mismo escritorio aburrido.
-
Pero tampoco hay que convertir la oficina en un episodio de Manualidades con la tía Chabela.
Eso sí, la verdadera pregunta que queda en el aire es: ¿Adornar o no?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario