martes, 2 de diciembre de 2025
La Depresión Navideña: Ese Villano Silencioso del Mundo Godín.
martes, 4 de noviembre de 2025
Noviembre godín: cuando ya trabajas con el alma en aguinaldo.
- Decoraciones navideñas chuecas.
- Adornos con letras faltantes.
- Una esfera rota que nadie quiere tirar.
- Luces que parpadean como foco de baño público.
- Un reno inflable con depresión existencial.
| Estado del año | Nivel de ganas | Resultados laborales |
|---|---|---|
| Enero valiente | 90% | Archivos bonitos, proyectos |
| Julio cansado | 45% | Copiar/pegar correos |
| Octubre muerto | 10% | Pensar sin ejecutar |
| Noviembre | -10% | Simulación profesional premium |
- Aguanta juntas horribles.
- Ama el pan con café más que a su ex.
- Y defiende su aguinaldo como si fuera patrimonio cultural.
viernes, 24 de octubre de 2025
El compañero cristiano y su cruzada musical matutina.
Cuando las alabanzas llegan antes que el café.
En toda oficina godín hay una fauna diversa: los que llegan tarde, los que siempre tienen sueño, las que se van a hacer ejercicio nomás llegando, las que se van a desayunar también, apenas llegando… y claro, el compañero cristiano, ese ser que llega con una sonrisa beatífica, Biblia en mano (o en el celular), y un playlist de alabanzas que, según él, purifica el ambiente laboral.
Desde las 8:00 a.m., el cristiano del área —al que cariñosamente llamaremos Moreno— empieza su ritual: enciende su computadora, le sube al máximo volumen, y ¡pum! el silencio se rompe con una versión tropical de “Cristo Vive” o “Dios está aquí”. Aplaude, canta, y hasta cierra los ojos como si estuviera en un retiro espiritual… pero no, está en plena oficina, frente al Excel que ni siquiera ha abierto.
Mientras tanto, uno intenta poner su musiquita tranquila para iniciar el día, pero nada, la voz celestial del “hermano Moreno” se impone. Toñito, el de la salsa guapachosa, ya ni prende la bocina; sabe que el Gran Combo no tiene chance contra Jesús Adrián Romero a todo pulmón.
Y claro, también yo, con mi café y mi playlist de Lo-Fi intentando entrar en modo zen… pero no, los coros de “¡Alabaré, alabaré!” me sacan del nirvana.
Lo curioso no es la música, sino la hipocresía que se respira entre coro y coro. Porque ese mismo compañero, el que alza las manos al cielo, es el mismo que lanza miradas tan lascivas a las compañeras que una podría sentirse como si tuviera rayos X encima. Sí, ese mismo que dice “bendiciones” pero con los ojos en el trasero de las compañeras.
Y uno no sabe si está rezando o pecando mentalmente.
Lo peor es que cuando alguien se atreve a pedirle que baje el volumen, responde con un tono digno del mismísimo apóstol Pablo:
—Hermano, la palabra del Señor no molesta, incomoda a los que tienen pecado.
No, hermano, incomoda porque no deja escuchar el correo de Outlook, ¡y eso sí es pecado en horario laboral!
En fin, ahí sigue el buen Moreno, cantando, aplaudiendo y alabando como pendejo… pero con la vista fija en el pecado terrenal. Mientras tanto, los demás tratamos de sobrevivir al concierto celestial diario, con una sonrisa falsa, un café en la mano y la resignación de que, al menos, el tipo no trae tambor ni pandero.
Porque si un día llega con eso… ahí sí, ¡que Dios nos agarre confesados!
domingo, 19 de octubre de 2025
El origen de los alebrijes.
¿Saben cuál es el origen de los alebrijes o solo lo imaginan y suponen? Bueno, déjenme les cuento un poco al respecto.
En el mundo del arte mexicano, pocos inventos son tan coloridos, raros y mágicos como los alebrijes. Esas criaturas fantásticas que parecen salidas de un sueño con exceso de tamales y ponche, tienen una historia tan curiosa como el mismísimo ambiente godín de fin de quincena.
Todo comenzó en los años 30, cuando Pedro Linares López, un artesano del barrio de La Merced en la Ciudad de México, enfermó gravemente y cayó en un sueño profundo. En ese sueño, vio criaturas extrañas: mitad burro, mitad gallo, con alas, colas de dragón y colores imposibles. Lo más curioso es que esas criaturas gritaban una sola palabra: “¡Alebrijes!”.
Cuando Pedro despertó (seguramente con cara de que le había pegado el estrés laboral), empezó a recrear esas figuras con cartón y pintura. Y así nacieron los alebrijes: símbolos del ingenio mexicano, mezcla de locura, talento y visión.
Mucho, demasiado diría yo.
Porque si lo pensamos bien, cada oficina es un zoológico de alebrijes humanos.
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Está el que combina camisa rosa con corbata naranja y cree que eso es “atrevido”.
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El que habla en inglés forzado cada vez que dice “meeting” o “feedback”.
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La compañera que parece humana, pero en cuanto llegan los cumpleaños, se transforma en DJ, repostera, maestra de ceremonias y cantante de karaoke.
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Y ni hablar del jefe: mitad dragón, mitad Excel, que respira macros y escupe reportes.
La oficina, al final, es como el taller de Pedro Linares: llena de seres raros, coloridos y únicos. Todos medio rotos por dentro, pero decorados con la mejor actitud posible para sobrevivir al tráfico, al reloj checador y al “nos quedamos tantito más”.
Así que sí, los alebrijes nacieron de un sueño, pero viven todos los días en cada cubículo, escritorio y cafetera del mundo godín.
Y aunque a veces el estrés nos haga sentir que nos salen alas, cuernos o colas de dragón, la verdad es que eso es lo que nos hace auténticos. Porque, como diría el mismísimo Linares si hubiera trabajado en una oficina:
“En el fondo, todos somos alebrijes… pero con gafete.”
viernes, 10 de octubre de 2025
Los adornos godínez: entre el amor al papel crepé y el odio al confeti.
Ahora que se acercan las fiestas, debemos ser honestos; en toda oficina siempre hay una compañera que, en vez de enfocarse y hacer su poco trabajo, se convierte en la decoradora oficial. Es la que cada temporada saca su arsenal de papeles de colores, tijeras chuecas y listones brillosos para crear adornos “hechos a mano” que, según ella, son “lo máximo”.
Mientras tanto, el resto de los compañeros asienten con esa sonrisa falsa de supervivencia laboral, pensando en silencio: “Internet, si, como no..."
El mismo que dice que, si fuera por él, la oficina se vería como un sótano de la PGR: paredes blancas, focos fríos y cero adornos.
La convivencia se divide entonces en dos bandos:
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Los fanáticos de la decoración: que ya están planeando colgar esferas recicladas hechas con CDs viejos.
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Los enemigos del confeti: que rezan por que se acabe diciembre, febrero, septiembre y cualquier mes con motivo para adornar.
Y ahí estamos los demás, los que solo queremos sobrevivir al ambiente laboral, mientras caminamos entre adornos piteros y frases motivacionales impresas con tinta que ya se ve gris.
Al final, el dilema godín se resume en esto:
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Mejor unos adornos feos que trabajar viendo el mismo escritorio aburrido.
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Pero tampoco hay que convertir la oficina en un episodio de Manualidades con la tía Chabela.
Eso sí, la verdadera pregunta que queda en el aire es: ¿Adornar o no?
lunes, 6 de octubre de 2025
Cuando los hijos llegan a la oficina: el apocalipsis godín.
Hay algo que los manuales de recursos humanos nunca mencionan, pero que todo godín de experiencia sabe: nada, absolutamente nada, rompe más la paz laboral que el compañero que decide traer a sus hijos a la oficina.
Y no hablamos de angelitos tranquilos, de esos que se sientan en un rincón con su librito para colorear. No. Aquí estamos hablando de chamacos nivel “patada en los gúmaros”: gritones, desobedientes, y casi casi correteando por los pasillos como si aquello fuera el parque de diversiones de Chapultepec.
La escena se repite: la mamá o el papá orgulloso llegan con sus retoños, sonríen y les dicen “Saluda”. Media hora después ya se escuchan los gritos:
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“¡Papááá, me haces un avioncito de papel!”
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“¡Papááá, préstame tu compuuuuu!”
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“¡Papááá!, quiero ir al baño”
Mientras tanto, los compañeros tratan de concentrarse, porque resulta que hay cosas que hacer y quizá, porque se da, claro que si, el tratar de ver una película tranquilamente o escuchar música guapachosa, y la oficina parece más guardería que área de trabajo.
Y claro, el caos alcanza niveles olímpicos:
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El niño aventando los muñequitos del papá.
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Jugando con el sello de la oficina.
Eso sí, cuando uno intenta comentar algo al compañero, la respuesta siempre es la misma: “Ay, es que son niños… entiéndelos”. Y uno por dentro pensando: sí, y yo también soy humano, entiéndeme si le meto un madrazo.
Lo peor es que algunos defienden estas visitas diciendo que “se alegran las oficinas con la risa de los niños”. Ajá, cómo no. El único que se alegra y eso, a veces nada más, es Don Chuchulucos, porque los chamacos se acaban el inventario de golosinas y chingaderas.
En fin, moraleja godín:
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Si vas a traer a tus hijos a la oficina, mínimo tráeles un iPad, unos audífonos y un costal de dulces, aunque eso no garantice nada en absoluto.
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Y si no, mejor déjalos en su hábitat natural. Porque al final del día, la oficina no es guardería, y los compañeros no están para educar ajenos.
Aunque claro, nada como ese silencio sepulcral del lunes siguiente, cuando los niños no están y todos agradecen al cielo ese bendito respiro.
jueves, 2 de octubre de 2025
El Godín que vive lejos y siempre trae la cara de “me lleva…”.
En toda oficina tenemos al personaje inolvidable: el compañero que vive tan lejos que parece que cruza tres estados, dos carreteras y hasta un río con cocodrilos para llegar a su lugar de trabajo. Su despertador suena a las 5:00 a.m., y siempre llega con cara de que lo levantaron a las 2:00 de la mañana para ir a misa.
Eso sí, apenas pone un pie en la oficina, su salvación es siempre la misma: un café con pan. Porque sin ese combo básico y clásico, no hay forma de que funcione. Y ojo: no cualquier pan, tiene que ser de panadería de prestigio, no de la tiendita de la esquina o de la señora que pasa vendiendo con la charola. Y el café, ese café guardado en su cajón, añejándose y recogiendo el aroma godín de oficina; papeles, tinta de sellos y más, ese café con pan es lo único que lo reconcilia con la vida… al menos por unos 15 minutos.
Lo curioso es que nunca sabes qué esperar de él. Un día entra con un “¡buenos días!” tan animado que parece que desayunó con cierto sujeto de nombre Goyito; y al siguiente, pasa de largo como si fueras un mueble más de la oficina. Igual cuando se le pregunta algo: a veces contesta con un “ahorita lo checo” y a veces nada, silencio total, como si lo hubieras puesto en modo avión.
Pero, ojo: cumple. Hace su chamba, hace lo que le toca, no se mete en chismes… aunque su cara todo el tiempo diga: “si pudiera, ya estaría en mi cama viendo La Rosa de Guadalupe o la final de La casa de los famosos”.
Su vida diaria es un reality show en tres actos:
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Acto 1: Transporte público a reventar, sudor y gente que desayuna tamales en el camión; conclusión: transporte hediondo.
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Acto 2: Llegar con cara de “no me hablen, mortales”, directo al café con pan.
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Acto 3: Salida triunfal rumbo al vía crucis de regreso, destruido y cansado físicamente, con las nalgas más planas que las planas que le ponían a tu hijo en la primaria de tanto estar sentado y preguntándose si algún día logrará salir de todo esto.
Y aunque su humor cambia según el tráfico, el clima o el tipo de bolillo que le tocó en la mañana, ahí está, todos los días, como relojito. Puede que no sea el alma de la oficina, pero si un día falta, se nota... bueno, creemos que se nota porque otra de las cosas que a veces dice (y qué es verdad) es: "nadie es indispensable" o "ahí están los jefes, que trabajen los huevones", y bueno, se nota no por su alegría, sino porque de repente el ambiente se siente raro sin esa cara que grita: “todos están bien pendejos”.
Ser godín ya es un reto; ser godín que vive a tres horas del trabajo… eso ya es digno de un spin-off en Netflix: “El Viajero del ISSSTE” pudiera ser el título.
La Depresión Navideña: Ese Villano Silencioso del Mundo Godín.
Ah, la Navidad. Esa época donde todo es alegría, lucecitas, intercambios ridículos de regalos de 150 pesos y recordings de Luis Miguel en lo...